JOSE ALEMANYUn punto azul pálido

El 5 de septiembre de 1977, la sonda espacial Voyager 1 fue lanzada desde Cabo Cañaveral. Tres años después, en 1980, la sonda había cumplido con éxito su misión principal: estudiar los sistemas planetarios de Júpiter y Saturno. La Voyager 1 hizo y envió a la Tierra una infinidad de fotografías espectaculares de estos dos planetas y de sus satélites.

Pero, una vez cumplida la misión, su viaje continuó. Estaba destinada a realizar la que quizá sea la fotografía más impresionante que se haya hecho nunca.

Hace ahora 25 años, el 14 de febrero de 1990, la Voyager 1 se encontraba a más de seis mil millones de kilómetros de la Tierra y se dirigía hacia los límites del Sistema Solar. Fue entonces cuando el astrónomo Carl Sagan pidió al equipo de la Voyager, que girara la sonda y fotografiara la Tierra y los otros planetas de nuestro sistema.

Las fotografías obtenidas no son buenas técnicamente. Debido a la enorme distancia, la luz que reflejaba la Tierra era muy tenue y requería de un largo período de exposición, lo que creaba reflejos y distorsiones. Además, la dificultad de las telecomunicaciones a esa distancia, limitaba la cantidad de datos que podían enviarse.

Y, sin embargo, la foto es estremecedora.

En 1994, Carl Sagan publicó un libro titulado “Pale Blue Dot: A Vision of the Human Future in Space”. Un punto azul pálido, eso es nuestro planeta. Resulta imposible leer estos famosos párrafos de Sagan sin sentir un escalofrío:

“Desde este lejano punto de vista, la Tierra puede no parecer muy interesante. Pero para nosotros es diferente. Considera de nuevo ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestra casa. Eso somos nosotros. Todas las personas que has amado, conocido, de las que alguna vez escuchaste, todos los seres humanos que han existido, han vivido en él. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de ideologías, doctrinas económicas y religiones seguras de sí mismas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, cada niño esperanzado, cada inventor y explorador, cada profesor de moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie ha vivido ahí —en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol.

La Tierra es un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades cometidas por los habitantes de una esquina de este píxel sobre los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cómo de fervientes son sus odios. Nuestras posturas, nuestra imaginada importancia, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo… Todo eso es desafiado por este punto de luz pálida. Nuestro planeta es un solitario grano en la gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad —en toda esta vastedad—, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos.

La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos. Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad, y formadora del carácter. Tal vez no hay mejor demostración de la locura de la soberbia humana que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amable y compasivamente, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que siempre hemos conocido.”

 

Una vez realizadas las fotografías del sistema solar, las cámaras de la Voyager 1 se apagaron para siempre. Otros instrumentos requerían la limitada energía de la sonda y, además, a partir de ese punto ya no volvería a encontrase con nada que pudiese ser fotografiado.

El 25 de agosto de 2012, la Voyager 1 abandonó el sistema solar y se sumió en el espacio interestelar, en dirección al centro de nuestra galaxia. Hoy está a más de 19 mil millones de kilómetros de la Tierra. Nada creado por el ser humano ha llegado tan lejos.

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